El boxeador que apuesta por el acetato
Hay algo profundamente subversivo en lanzar un vinilo cuando todos están diseñando contenido para TikTok. Más todavía si ese vinilo lleva tu propio nombre después de tres décadas haciendo música. Angelo Pierattini no está apostando por la nostalgia, sino proponiendo algo mucho más radical: la pausa. El ritual. La presencia.
Su séptimo disco solista, editado por Discográfica Al Abordaje Muchachos, llegó primero a los escenarios el 15 octubre de 2025 con un concierto en el Teatro Nescafé de las Artes que agotó entradas. Ahora, el álbum homónimo se materializa en vinilo de lujo y llega a las disquerías nacionales como una invitación a sentarse, levantar la aguja y escuchar de verdad.
«Imagínate que un disco con tu nombre suene en una tornamesa… es un rito ineludible con la música», dice Angelo. Y en esa frase vive toda su poética: la convicción de que la música merece ceremonia, no solo reproducción.
Pero, ¿por qué un artista que fundó Weichafe, exploró la raíz con Cordillera y lleva treinta años en la escena decide hacer esto justo ahora?
Por qué titular un disco con tu nombre después de treinta años
Porque ya no necesitas probar nada. O porque, justamente por eso, puedes desnudarte por completo.
Angelo Pierattini llega a este álbum con la libertad de quien ya recorrió el ruido eléctrico de Weichafe en los 2000, la búsqueda espiritual de Cordillera junto a Carlos Cabezas, y la madurez introspectiva de discos como Soy un Aprendiz (2021). Este álbum no es un punto de partida sino una síntesis que cruza el rock latino, el folclore andino y la música cebolla sin pedir disculpas.
Y aquí está lo interesante: Pierattini reivindica la música cebolla. Esa categoría históricamente despreciada por la crítica especializada, asociada al melodrama popular, a lo que «no es serio». Él la eleva a lenguaje poético, la usa como vehículo de verdad descarnada y la mezcla con guitarras eléctricas, huayno y bolero hasta crear lo que solo puede llamarse rock cebolla: emoción pura, sin filtros ni ironía intelectual.
«He hecho lo que he querido en la música, y eso siempre genera resistencia», comentó en una entrevista en Culto hace un tiempo. Su música incomoda porque no encaja en casilleros. Porque prefiere la horizontalidad al elitismo. Porque canta para todos, con todos.

Nueve canciones que cuentan una vida en dos lados
El formato vinilo no es capricho. Es estructura narrativa. Los nueve tracks están organizados como un arco dramático clásico donde el conflicto vive en el Lado A y la redención llega con el Lado B.
Lado A
Aquí Pierattini se enfrenta a sí mismo sin anestesia.
«No voy a cambiar» (con Cristóbal Briceño de Ases Falsos). Luego viene «Fuiste un gran amigo». «La fiesta». «Chocó la micro». Y «Papi» cierra el lado A con el duelo más íntimo: una dedicatoria a su padre, Don Gilio.
Lado B
«Lo que se ve no se pregunta» (con Juan Cirerol de México). «Pasarita» (con Pancho Sazo de Congreso). «Ay Morena!» (con Los Vásquez). Y «Amo ver las gaviotas».
Esta secuencia no es aleatoria. Es un viaje emocional que solo funciona si lo recorres completo. Y eso solo lo permite el vinilo.
Qué significa hablar de rock cebolla
Pierattini define su sonido como «una mezcla de pop, rock latino, folclore y música cebolla». Pero el concepto va más allá de la descripción estilística. Es una postura política.
La música cebolla ha sido marginada en Chile. Se asocia con lo popular, lo masivo, lo «poco culto». Pero Pierattini la usa para romper el clasismo musical, para conectar con el corazón de Chile sin disculpas.
«Es un gran honor como compositor que mis temas sean cantados por artistas que están tan profundo en el corazón de Chile», dice sobre su colaboración con Los Vásquez, íconos del pop-cebolla chileno.
Este gesto de validación es radical. Viene de un artista con credibilidad rockera (Weichafe), búsqueda espiritual (Cordillera) y una trayectoria que incluye premios Altazor (2013, por Fuego en los Andes) y Pulsar (2014, por Baila Dios). Pierattini está diciendo algo fundamental: la emoción descarnada, la que te hace llorar sin vergüenza, es tan válida como el virtuosismo técnico.
Y lo hace sin ironía, sin distancia intelectual. Con la misma honestidad con que canta sobre la muerte de su padre o la traición de un amigo.

Las colaboraciones como mapa cultural
Este disco no es un proyecto solitario. Es un mapa sonoro de Chile y Latinoamérica, tejido con voces que representan distintas tradiciones y generaciones.
Los Vásquez son fenómeno de masas, artistas que desarrollan su música «absolutamente por fuera de los canales habituales», como dice Angelo. Esta colaboración valida el concepto de música como comunidad, rompiendo las barreras entre el rock y el pop popular.
Pancho Sazo de Congreso es un pilar del rock progresivo chileno y la música de raíz. Su participación en «Pasarita» ancla el componente andino del disco en la alta complejidad musical chilena.
Cristóbal Briceño de Ases Falsos es una voz fundamental del indie/pop contemporáneo. Su presencia en «No voy a cambiar» es una joyita.
Juan Cirerol de México es referente del folk punk y regional mexicano. Su colaboración extiende el discurso del rock cebolla a un plano latinoamericano, demostrando que el desgarro honesto no tiene fronteras.
Cada colaboración es una declaración. Juntas, actúan contra la endogamia que a veces pega fuerte en la escena musical chilena.
“Imagínate que un disco con tu nombre suene en una tornamesa, increíble sería… pa’ mi significa la emoción de sentarse a escuchar el disco, una pieza que está hecha de principio a fin, sin saltarse nada para entrar en el universo total de la música que trae este soporte, significa un rito ineludible con la música. Es un viaje del cual no saldrás igual luego de escucharlo de esta manera y en este formato”
Angelo Pierattini
El vinilo como acto político en tiempos de scroll
En una era donde la música se consume en playlists algorítmicas, donde el shuffle es la norma y la atención dura lo que tarda un reel de Instagram, elegir el vinilo es un gesto de rebeldía cultural.
No se trata de fetichismo retro. Se trata de defender la experiencia completa: el ritual de levantar la aguja, de mirar el arte de portada trabajado al detalle, de escuchar el crepitar del acetato antes de que empiece la canción.
«Es un viaje del cual no saldrás igual luego de escucharlo de esta manera y en este formato», reflexiona Pierattini.
El vinilo exige tiempo, cuerpo, disposición. No puedes ponerlo en segundo plano mientras contestas mensajes. Tienes que estar ahí, presente. Y esa presencia es lo que el disco reclama: una escucha que sea también un acto de resistencia frente al consumo superficial.
Treinta años de resistencia desde Weichafe hasta hoy
¿De dónde viene este sonido tan difícil de etiquetar? De una trayectoria que abarca casi todo el espectro musical chileno.
Weichafe (1996-2008): el rugido eléctrico
La banda fundada en 1996 por Marcelo Da Venezia, Angelo Pierattini y Mauricio Hidalgo marcó el rock chileno de los 2000. Fue el lugar donde Angelo consolidó su identidad como guitarrista y vocalista. Weichafe ganó el premio Altazor 2007 por su disco Harto de todo y se disolvió en 2008 cuando Pierattini comenzó su carrera solista. La banda se reunió nuevamente en 2014.
Cordillera: la búsqueda espiritual
Junto a Carlos Cabezas de Electrodomésticos, Pierattini exploró la música de raíz folclórica latinoamericana. Buscó un pulso telúrico, alejado del ruido urbano.
Los discos solistas: la madurez introspectiva
Álbumes como Angelo Pierattini y Las Calaveras Errantes Vol. 1 (2008), Vampiros (2010), Pierattini III (2011), Fuego en los Andes (2012), Baila Dios (2014) y Soy un Aprendiz (2021) fueron pasos graduales hacia esta síntesis final. El disco homónimo toma el rock eléctrico de Weichafe, el pulso telúrico de Cordillera y los vuelve lenguaje autobiográfico.
A lo largo de estas tres décadas, Pierattini también ha trabajado como productor, creando proyectos como la red de desarrollo artístico multidisciplinario NEKOe y el Estudio Pierattini. Ha girado por México, Brasil y Argentina. Ha compuesto música para películas y programas como 31 Minutos.
Pero lo más importante es que nunca ha dudado de su camino. Y esa falta de duda es lo que le permite ser tan vulnerable en este disco.
Por qué escuchar este disco hoy
Porque en tiempos de velocidad, Angelo Pierattini propone algo contracultural: detenerse, sentarse, escuchar.
Porque aunque el rock chileno tenga nuevas voces, pocos artistas logran construir una obra que dialogue con el pasado sin repetirse, que honre la raíz sin encerrarse en ella.
Porque este disco no busca agradar sino conmover. Prefiere el vinilo al algoritmo, la herida al filtro.
Porque en un mundo que pide contenido, Angelo entrega contenido del alma.
Y porque, treinta años después, sigue creyendo que hacer música en Chile es una forma de resistencia. Un acto «absolutamente rebelde y político».
Preguntas frecuentes
¿Cuál es el nuevo disco de Angelo Pierattini?
Se titula Angelo Pierattini, su séptimo trabajo solista y el más autobiográfico de su carrera. Fue lanzado en concierto en octubre de 2024 y ahora llega en vinilo a las disquerías.
¿Por qué lo lanzó en vinilo?
Porque considera el formato un «rito ineludible con la música», que permite escuchar la obra completa sin distracciones.
¿Qué artistas colaboran en el disco?
Participan Los Vásquez, Cristóbal Briceño (Ases Falsos), Pancho Sazo (Congreso) y Juan Cirerol (México), representando distintas vertientes del rock y la canción latinoamericana.
¿Qué estilos mezcla el álbum?
Rock, pop latino, folclore y música cebolla, en una síntesis que Pierattini llama «rock cebolla»: emoción pura, sin filtros.
¿Dónde se puede conseguir el vinilo?
En disquerías nacionales, editado por Discográfica Al Abordaje Muchachos.
¿Qué significa «música cebolla»?
Es un término asociado al melodrama popular chileno, históricamente marginado por la crítica. Pierattini lo reivindica como lenguaje de honestidad descarnada.
¿Cuántos años de carrera tiene Angelo Pierattini?
Celebra 30 años de trayectoria, desde la fundación de Weichafe en 1996 hasta hoy.

