En el panorama de la poesía chilena contemporánea, la figura de Tomás Harris se erige como una de las más singulares y relevantes. Su obra, enmarcada dentro de la generación de los 80, se caracteriza por su marcada visualidad, su carácter intertextual con otras ramas del arte y la cultura pop y su profunda exploración, a veces kafkiana, del horror cotidiano.
Un poeta de la ciudad
Desde sus inicios, la poesía de Harris ha estado profundamente ligada a la ciudad, particularmente a Concepción, donde vivió su juventud y donde fundó la revista literaria universitaria Postdata. Su primer poemario, La vida a veces toma la forma de los muros (1982), ya daba cuenta de esta estrecha relación con el espacio urbano, retratando sus calles, sus habitantes y sus atmósferas con una mirada crítica, descarnada y singular.
Zonas de peligro: Un hito en la poesía chilena
En 1985, Harris publica Zonas de peligro, obra que lo consolida como uno de los poetas más importantes de su generación. En este poemario, Harris profundiza en la exploración del horror cotidiano, abordando temas como la violencia, la marginalidad y la fragmentación social. La obra, marcada por su uso particular del lenguaje y la impactantes imágenes, fue recibida con gran entusiasmo por la crítica, que la consideró como «una de las construcciones poéticas más interesantes y novedosas de la literatura producida con posterioridad al golpe de estado» (Soledad Bianchi).
Un viaje a través de la literatura
A partir de Cipango (1992), la poesía de Harris se abre a nuevas dimensiones, incorporando el tema del viaje y estableciendo un diálogo textual con las crónicas de Indias y otros relatos históricos. De esta manera, en el universo poético de Tomás Harris, la épica tradicional se retuerce y transforma, dando lugar a una «antiépica» latinoamericana que desafía las narrativas heroicas y exalta la voz de los marginados. Esta propuesta desafiante se caracteriza por dos pilares fundamentales: su carácter narrativo y el uso magistral de monólogos dramáticos.
La poesía de Harris no se limita a la lírica pura, sino que se impregna de una narrativa que teje historias, evoca escenarios y da vida a personajes. Sus versos se convierten en relatos que nos transportan a través de paisajes físicos y emocionales, invitándonos a cuestionar las narrativas hegemónicas.
El horror como forma de conocimiento
En Crónicas Maravillosas (1997), Harris lleva su exploración del horror a un nuevo nivel, utilizando la parodia y la grotesca para representar la locura como una forma de conocimiento. Esta obra, construida a partir de un diálogo intertextual con la película El Séptimo Sello de Ingmar Bergman, consolidó su reconocimiento internacional, obteniendo el Premio Casa de las Américas.
En otras obras de Tomás Harris, como Ítaca, Encuentros con hombres oscuros y Tridente, la poesía se transforma en un espacio de diálogo intertextual, donde referencias a la literatura clásica, la ciencia ficción y el cine se entremezclan para crear una experiencia poética rica y compleja. Harris no tiene miedo de adentrarse en diversos universos textuales, desde la épica homérica hasta las distopías futuristas, pasando por la narrativa cinematográfica. De esta manera, sus poemas se convierten en un tapiz tejido con hilos de diferentes tradiciones culturales.
En 2022 recibió el premio a Mejores Obras Literarias (MOL) con «La memoria del corazón» un libro que nació en un contexto singular, marcado por el aislamiento y la incertidumbre de la pandemia. A través de sus redes sociales, Harris encontró un espacio para compartir sus reflexiones y emociones, conectando con un público ávido de palabras que resonaran con su propia experiencia. Estos poemas, que inicialmente habitaban el mundo digital, encontraron su hogar en un libro tangible, abriendo un nuevo capítulo en la trayectoria literaria de Harris.
El legado de Tomás Harris
La poesía de Tomás Harris es una invitación a internarse en los recovecos del horror cotidiano, a confrontar la realidad con una mirada crítica, a cuestionar las estructuras y el poder. Su obra, marcada por una tremenda originalidad, fuerza expresiva y su profunda reflexión sobre la condición humana, lo convierte en un referente fundamental de la poesía chilena.
Con Fanky, le pedimos que eligiera los 10 poemas favoritos de su obra y esta es su selección:
EN EL MISMO RÍO NOS BAÑAMOS
Todo comenzó en 1985 cuando publiqué Zonas de peligro, en Concepción en una época peligrosa, gris, turbia. Junto al río Bíobío se gestaron esos primeros poemas, y también los de La forma de los muros, Diario de Navegación, El último viaje, Cipango y Los 7 Náufragos. Desde Zonas de Peligro a Cipango (que quedó inédito por mucho tiempo), se publicaron los primeros tramos de este recorrido. Para ser fiel a los hechos, acá, los publico con sus nombres originales, ya que fueron cuadernillos unitarios, o plaquettes, que no sabía, por mor de los tiempos que corrían, si vendría el siguiente texto, la siguiente entrega. Por otra parte esos libros, o plaquettes, sufrieron múltiples variantes en su escritura y en sus reediciones, y muchos poemas o se reagruparon o, simplemente quedaron en el primer cajón de mi escritorio de aquellos años. No son los mismos, pero lo son, o por lo menos los acá agrupados con los títulos originales responden a los avatares que los hicieron redactarse y agruparse así. No los textos de Los 7 náufragos que, creo, sufrieron un leve giro en su construcción, pero que aún me huelen a «la bolsita de raso del humo de muerte de los 80».
En Crónicas Maravillosas, aún en el mismo río, se produjo un afluente que cambió de muchas maneras este navegar primero. Comencé a escribir, ya no en una hoja de papel, sino en una glauca pantalla. Las pantallas comenzaron a invadirnos. Las máquinas de escribir mecánicas fueron sustituidas por los computadores. Esto no es nada banal. Es extraño. Un cambio no sólo de la manera de escribir, sino un giro epistemológico. No sé si algo se notará en cada texto después de Los 7 Náufragos, pero mi cuerpo, mi manera de ver el mundo en la textualidad varió. El teclear, el sonido de los dedos contra cada tecla, la cinta que corría y a veces se trancaba en la máquina de escribir, creo que cambió casi todo, incluso el corte de los versos, la corrección de los mismos, la tachadura se evanesció, los lápices descansaron de su vital labor en la escritura.
Pero mi forma de ver el mundo, in mente, en lo más profundo de mi mente, creo, sigue siendo la misma. Por eso el título de esta antología: En el mismo río; porque pueden cambiar las tecnologías, la episteme de construir un texto, pero no el proyecto, ese Ser que te hace el mismo, aunque nunca te bañes en el mismo río.
Lo que ofrezco en estos textos, ya sea en un papel agujereado por los tipos de una máquina mecánica o en una pantalla binaria, no me afectan el río: sigue, implacable hacia esa mar que es el morir, en una misma navegación implacable, en un mismo derrotero vital, en un mismo derramarse sobre el mundo desde tu cuerpo, con las mismas miasmas, los mismos fluidos, sangre, sudor, semen, las mismas desgarraduras, el mismo deseo y las ansias de Utopía.
El primer poema es un incipit. El último un enigma. Sólo la muerte dirá cuál de los dos antecede o precede al otro. Sólo el dejar de respirar determina y narra el tejido. Sólo el milagro oneroso de ver el otro lado de la trama, define toda escritura y le la forma al proyecto. Ahí, recién, podemos dar vuelta el gobelino textual, y ver, con quizá menos incertidumbre, el revés de la trama. ¿Por qué estos 10 poemas? No lo sé, pero podrían ser 5 o, simplemente, 1.
Thomas Harris, MAYO, 2024
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De: ZONAS DE PELIGRO
(1985)
OROMPELLO I.
Un disco Pare es un ojo; una sangrienta córnea de latón.
Orompello es un puro símbolo echado sobre la ciudad.
Y las putas no tienen la culpa.
Sólo cumplían con su deber.
El otro día nomás esperaba micro en la esquina del
baldío y oí una voz que me decía: «ven y mira».
Miré, y no había más que un caballo amarillo al tranco
por sobre la calle adoquinada.
Y un espejismo las putas vestidas de ropas blancas,
y un espejismo los eriazos floreciendo;
repito, mientras esperaba micro en la esquina del baldío.
No me van a decir ahora que Orompello es un puro símbolo
echado sobre la ciudad
y las casas siete casas con puertas de oro
y las putas siete putas vestidas con ropas blancas.
De LA FORMA DE LOS MUROS.
1982
LA VIDA A VECES TOMA LA FORMA DE LOS MUROS
(Efraín Barquero)
Bajo la sombra de un muro encalado,
entre las consignas eróticas, apenas nos
rozábamos los cuerpos. No sé si previo a todo
ya estábamos condenados. Había más cuerpos
entre nosotros, no sé si muchedumbres,
Pero no estábamos solos. (Yo entonces recordé
que Genet quería que la representación teatral
de Las sirvientas fuera personificada por
adolescentes pero en un cartel que permanecería
clavado en algún vértice del escenario se le
advertiría al público la investidura y la ficción)
pero no estábamos en el teatro: yo quise tomarte
el cuerpo en la oscuridad; había más cuerpos
entre nosotros, no sé si muchedumbres; los cuerpos
tenían ojos los cuerpos no tenían ojos: jamás sabré
si había ventanas o si estábamos a la intemperie;
es una barraca como las de Treblinka dijo alguien,
pero yo escuchaba como en onda corta los sonidos
de la ciudad. Nunca sabré si hubo una ventana,
pero se filtraba sobre el muro blanco el fulgor
verde de un aviso luminoso y en el delirio que
acompaña al amor, en el delirio impune en que
terminábamos todos, comenzamos a imaginarnos cosas:
yo, en la penumbra, te abrazaba el cuerpo pensando
que te abrazaba el cuerpo en la claridad: el letrero
luminoso verde del Hotel King sobre el muro
era el único sol.
De: Diario de navegación
1986
MAR DE LA DESESPERANZA
Entramos en las urbes del Sur
se nos aceleraban los pensamientos al roce del vuelo
de las aves
había ciudades hechas de carne
había ciudades enteras orgánicas latientes
había edificios que respiraban con inhumana lentitud
había edificios zócalos muros cines corredores
que subían y bajaban lentos
en sus sístoles y diástoles enfermos
todo esto está vivo dijo una voz
había mucha noche
más noches de las jamás previstas y cuerpos
deslizándose en esas noches
que parecían barcos fantasmas deslizándose por esas noches
mujeres (colegialas, vestales, prostitutas,
púberes e impúberes, todo el catálogo soñado)
oro no había
había música electrónica signos había
peces
advertencias
no toques lo que late porque desaparecerá al punto del tacto
dijo una voz
cada cosa relumbra con el brillo
que sueña tu ojo
y hubo miedo a que no hubiera nada
los escapes de los cines nos servían de refugios miradores
tuvimos que adecuar la mirada imaginar el tacto
entresoñar el coito
amarnos los unos a los otros en el más total de los silencios
queríamos mantenernos en esas visiones
empaparnos destas vestales
no toques lo que late porque desaparecerá al punto del tacto
dijo una voz
pero todo latía casi imperceptible
con pasmosa lentitud
acequias prostíbulos semáforos vitrinas y los cuerpos
todo subía y bajaba despoblado
en sus sístoles y diástoles
baldíos.
LA CALLE ÚLTIMA
Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas
que data de nuestro primer año de vida
en este barrio sudamericano:
como en la novela de Genet, todos los días,
una carroza de pompas fúnebres atraviesa frente al
frontis desquiciado del Yugo Bar.
El Yugo Bar es una esquina miserable, amarilla y triste
de Prat.
Vemos, todos los días, una carroza de pompas fúnebres
descender lentamente por Prat.
Pero no sabemos si son datos de la conciencia o restos
del sueño que permanecieron engañosos hasta las
primeras luces del día.
Nosotros tenemos una Visión pegada a las pupilas:
vemos cada hora, una carroza de pompas fúnebres
descender lentamente por Prat;
puede explicarse por ser Prat la calle de Concepción
que conduce al Cementerio General.
Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas
que data de nuestro primer minuto de Vida en este barrio
sudamericano; como en la novela de Genet,
todos los días, minuto a minuto,
se verá una carroza de pompas fúnebres descender por Prat,
la última calle de Concepción,
la que conduce al vacío.
De: El último viaje y Cipango
1986 – 1992
LOS SENTIDOS DEL RELATO
Te voy a contar una historia,
te voy a contar una historia, paloma,
aquí en esta solitaria playa de Cipango,
desnudos tú y yo,
aunque sólo sirva para disminuir un instante de tu odio;
a esta historia miserable
la investiremos de Gesta,
de Gesta individual y podrida,
gestada entre el silencio y el cielorraso,
entre los crujidos de la noche en medio del vacío
y con el deseo como único sol fulgurando al borde
de la muerte;
esta Gesta de la Nada que te narro
debe ser como una fuente de perlas y rubí,
el blanco y el rojo confundidos
en estas sábanas junto al mar
para derramarnos al siguiente poso:
este es mi deseo: así como te he cubierto,
así como me he derramado en tu cuerpo tan joven,
así,
derramarme y cubrir este panorama desolado
que contemplamos,
mar y silencio,
empapados de jugos corporales,
tú y yo.
Ya se apagaban los últimos neones como emblemas
de un falso mundo luminoso,
ya se iban los 80,
1a peste desbordó por estos mismos parajes:
éstas que ves frente a tu cuerpo todavía tembloroso,
pálidas y desmembradas,
a punto de apagarse para siempre al primer soplo
de verdadera pasión
son las últimas ciudades de Sudamérica:
Cipango, Tebas,
Cathay, California,
Argel, Tenochtitlan:
perros son esos que ladran en las esquinas
contra el miedo;
Viento, esos murmullos que sobrevuelan los callejones
borrando las señas de la muerte;
tiempo, eso que trascurre sin huella,
empedrando las ganas, esas momitas de nuestros pueblos;
éstas que ves son las 7 últimas ciudades de Sudamérica
como 7 planetas de barro y silencio
fulgurando sin luz propia
en 7 descampados estancos:
aunque el camuflage sea perfecto,
la ornamentación de la decrepitud y las tablas y la tierra,
esta gesta transcurre en pleno Reino del Poder;
soy el Viejo Helicón y no miento,
es peligroso, paloma,
que estemos aquí en esta playa baldía
hablando como hablamos
de la muerte,
del amor,
del silencio;
es peligroso hablar así:
yo no sé nada de poesía,
sólo me sé a tu lado
en esta intemperie,
en los márgenes de Cipango,
bañados por la luna cruel.
De: Noche de brujas y otros hechos de sangre
1993
12 P.M.
La violencia, dice Bataille, es silencio.
Cuando nada parece alterar nuestros inmutables cuerpos,
la violencia, dice Bataille, es silencio.
Si esta noche descerrajaran las puertas de vuestras casas,
serían vuestros cuerpos, entre el silencio de los objetos,
los primeros objetos del silencio.
La violencia, dice Bataille, es silencio.
Hagan la prueba de esperar el transcurso de un minuto,
en silencio,
segundo a segundo,
como En la hora del Lobo.
Un minuto entero de todas las horas de la noche.
La violencia dice Bataile, es silencio
De: Los 7 náufragos
1995
ELEVACIÓN Y CAÍDA DEL MERCADO MUNICIPAL
He aquí el sol,
ese miserable doblón de oropel,
despeñándose lento, oblicuo, amenazante,
por el ala este del mercado municipal.
He aquí el sol sobre el mercado municipal:
colores y refracción, sólo colores y rarefacción,
en su más pura y miserable abstracción.
Éste es el hábitat natural de los mercados,
flores putrefactas, agua chorreante, la bestia destazada,
el triperío, la fibra sintética, las medallitas de latón,
el plástico y el benjuí:
así veo el amargo doblón del sol
yéndose por el ala este del mercado,
en un lento, tibio y luminoso desbarrancamiento;
después adviene la sombra,
y el frío más frío que la sombra,
bajo un cielo híriente de tan azul,
de edulcorado añil, cobalto de Ciénaga y mar,
y el paso de lo fugaz, lo instantáneo
que rasga el ojo la ojera la arruga
el surco del gesto y la mirada
¿Será un micro, dos, diez, cien veloces micros
que cruzan por el microcosmos del mercado?
El mercado tiene otra ala en el lado oeste.
El ala del lado este se eleva hacia las cumbres
de la Cordillera Roja.
El ala del lado oeste se desploma
hacia los arrecifes de corales grises.
Y las plumas de hormigón del ala este del mercado
barrieron la basura hecha de pétalos podridos, triperío,
dientes cariados de carey,
y muñecas despaturradas en su carey;
mientras tanto, el ala oeste del mercado
permanecía inmóvil sobre un conejo destripado
bajo el añil,
adobándose en sal sus vísceras,
mientras el falso doblón del sol
doblaba una umbría esquina
por la cual cuatro ardillitas azules
correteaban entre los muslos de las colegialas,
se escurrían entre el triperío, el cariado carey, el
conejo destripado
y la sombra del falso doblón del sol mordisqueado
por tres furiosos quiltros negros.
Magro cosmos era el cosmos del mercado.
Y he aquí ahora que al mercado
le nacen dos nuevas alas: una hacia el norte,
otra hacia el azul.
Mientras estas alas rompían la mampostería de los muros
y afloraban como extremidades de un feto alado,
un polluelo neonato envuelto en sus algas placentarias,
el ala oeste del mercado comenzó a batir suavemente;
ahí, el ala este del mercado fue tomando un ritmo más y más
frenético,
el ritmo frenético de un ave prehistórica alzando el vuelo,
y volaron los jumper azules de las liceanas
albinas raquíticas impúberes
las ardillitas azules se desbandaron
cubiertas del triperío de los conejos y los pétalos de azores;
un frío viento arremolinó todo el lado este
del mercado.
Las dos nuevas alas del mercado,
el ala norte y el ala azul,
terminaban su ciclo de crecimiento y, sendas,
comenzaban a batir…
el ala del lado este y el ala del lado oeste
ya iban a impensadas velocidades,
una hacia la Cordillera Verde,
la otra, hacia el Océano de Cipreses Grises;
pero entonces, por el costado Azul
aparecieron los Guardianes del Consumo,
con sus uniformes rosas,
sus lumas de pehuén y la cruz gamada del
tributo en sus brazaletés magros;
luma en mano,
fueron rodeando a los vendedores del mercado
que se aferraban con espanto
a sus cajas Kitty Bananas;
pero he aquí que con un crujido de elefanta en parto,
de brontosaurio quebrando el cascarón,
de aullido de india pariendo colgada de un
avellano,
el Mercado se desencajó de sus cimientos
y ronco, gris, pleno, lúgubre, chorreante
comenzó a elevarse por los aires
mostrando su basamenta desfondada,
desgarrada, cañerías cercenadas y tentáculos de pulpos,
cabezas de cerdo, criadillas y ubres
caían como una lluvia parda,
como si el cielo fuera
una caja de Kitty Bananas desfondada.
Entonces, el Mercado ascendió al Reino de los Cielos
batiendo sus cuatro alas,
la este la oeste la norte y la azul
elevándose cada vez más por los aires;
los vendedores ambulantes
se desbandaban hacia los cines, los zócalos, las galerías
con sus amadas cajas Kitty Bananas
chorreando el triperío multiplicado del Mercado.
Pero el mercado continuaba su ascención, virgen,
imperturbable.
El Mercado.
Pero he aquí que las 4 alas del Mercado
se detienen de una vez.
El Mercado, por un instante, queda suspenso
en un hilo de aire;
y después cae, cae, cae y cae,
como un triste aerolito,
como un magro asteroide sin luz propia,
como cadáver de satélite con un obscuro designio
frustrado dentro,
la más detestable partícula de un cosmos que no es,
cae, cae y cae el Mercado
cae riendo a gritos,
cae riendo a gritos con el feroz rictus de la
calavera,
gritando con sus labios leporinos de ladrillos
corroídos
por las garras vibrantes, herrumbres de acero
y alambre,
ensordeciendo el Universo,
todo lo circundante:
¡EN DIOS ME CAGOOOOOOOO!
Y vuelve, la caída, la caída del mercado,
y se revienta contra el pavimento
llevándose a medio mundo por delante,
llevándose a medio mundo por detrás,
ardillitas azules, colegialas y perros flacos,
mendigos de Murillo
y a los guardias del consumo como a los veloces
ambulantes con sus cajas Kitty Bananas
chorreando agua salada y sangre de
pescado.
De: Encuentros con hombres oscuros
(2000)
EL HOMBRE DE LAS NIEVES
a Tomás Harris Dazarola.
a Pamela Harris Nijamkim.
…le hago una seña, viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado. .. Emocionado
César Vallejo
A esta hora,
desde el infierno blanco al Sur de Todo,
en pleno casquete polar antártico,
cuando los sonidos del reloj penetran
por el espacio blanco,
cuando las manijas del reloj
hunden el blanco espacio y el blanco espacio
retorna en los muros,
y los muros se deslizan hacia arriba, témpanos,
hacia el cielorraso como columnas de humo, ingrávidos,
y se juntan en lo alto con el silencio
y, ambos, el silencio y lo blanco
enmudecen los objetos: las rosas marchitándose en el florero,
Le charmeuse de serpents del Aduanero
sobre la repisa,
y sus ojos fulgurando un oro rupestre al fondo
en la profundidad
de su cuerpo vegetal,
—¿Cómo será un cuerpo vegetal al tacto?-
los frascos de perfume o veneno vacíos,
la réplica de un ánfora griega,
la bala de máuser junto a los pisapapeles,
el Troll que traje de Estocolmo y el retrato de Baudelaire
Que le hizo Nadar; algunos libros que estoy leyendo,
20.000 leguas de viaje submarino, Moby Dick,
Arthur Gordon Pym,
los mares de Melville, Verne y Poe;
y mis poemas inconclusos.
A esta hora de la Alianza, desparramo sobre la mesa
el hato de fotografías de mi padre,
cuando estuvo hace 38 años en la Antártica,
capitán de la misma Nada nublada,
a punto de nevar para siempre,
separado por una línea infinita
que lo convertía a él en un punto
y a mi madre y a mí en otros puntos
de imposibles intersecciones.
Miro estas fotografías
mientras urdo la malla imposible de un poema
que dé salida a mi insomnio,
lamparón extinto e insoluble,
en el horno donde se agrieta esta noche,
en la que el más familiar y desconocido
de los fantasmas viene
a mi encuentro como sin ganas,
cubierto de manchas de nieve
y palabras ocultas bajo su lengua sepultada.
De cara al absurdo,
medio chamán, medio prestidigitador del deseo,
revuelvo el mazo de las fotografías,
obscena taxidermia ocre del tiempo,
ventanas abiertas en la mesa
hacia un imposible Polo Sur
donde mi padre mira hacia la cámara
no a mí, por ahora,
o hacia un infinito perdido entre la borrasca
y los témpanos eternos.
Desvío el ojo y miro la bala de máuser
y La charmeuse de serpents del Aduanero, para vencer
el Blanco amarillento de esa Antártica petrificada
en la trampa de un tiempo químico
con un poco de verde de un todo vegetal
y serpientes imposibles
en el albo infierno de las nieves eternas;
pero llevado por una pulsión inexacta regreso,
con el ojo,
al territorio mítico de las fotografías,
y me tiemblan las manos,
porque las siete ventanas
hacia la imagen de mi padre en las nieves eternas
se van transfigurando
en siete espejos,
siete espejos de mí mismo que se multiplican
en un múltiplo de mi rostro que no puedo conocer definitivamente.
Él, está allá, inalcanzable, entre los témpanos
y la borrasca amenazante,
y yo acá, también imposible para él,
entre el humo y el rumoroso silencio del diamante,
la atmósfera que me encapsula amniótica,
los 22 grados de calor en el living
y un insondable silencio,
que me adelanta un poco hacia las imágenes
de su imagen,
de su faz estarcida en esos siete cuajarones sepia,
ventanas o espejos.
La barba rala con la que aparece
sólo la conocí en las fotos,
y una boina negra y el uniforme de campaña
y algo de mis rasgos,
y mis gestos le acompañan.
Sus rasgos y sus gestos me acompañan,
desde la distancia incólume, a mí
diez años menor que yo ahora,
tallado en el corrosivo manganeso.
No tuvo vejez,
no hubo para él la vejez,
SU Vejez fue suplantada por el suicidio.
En una de las fotografías besa en el hocico
a un perro siberiano,
en otra parece haber retrocedido más el tiempo
y sólo su silueta
aparece recortada en un horizonte claroscuro
y la sensación de distancia
puede ser dada por la luz y la hora polar
engastada tras los años de esa fotografía.
En una cuarta o tercera, otro soldado,
barbado como él,
le da una cucharada de sopa en la boca:
una sopa humeante;
el humo de la sopa quedó ahí congelado como una estalagmita subiendo
desde el latón de la cuchara
hasta los labios entreabiertos
que prefiguran la muerte,
en el gesto congelado
para siempre por los químicos líquidos hechiceros.
Una fotografía sobresale, resalta,
relumbra bajo la luz lateral de la lámpara,
entre el humo, bajo una tenue garúa,
que se petrifica en nieve antes de llegar al suelo:
aparece a un metro ochenta y ocho de alto
junto a un lobo o elefante marino,
una mancha negruzca
colgando de un gancho como un Leviatán sombrío
y chorreante
que mató con sus propias manos, y en su boca,
como la raíz primordial de un helecho,
como los renuevos en lo profundo del bosque virgen,
el gesto desolado de la depresión en la falla geológica de sus labios
que intentan, en vano, esbozar una tenue sonrisa
como una fisura abierta
en las desoladas nieves eternas.
Mientras yo, acá, otra vez niño,
impotente ante lo irrevocable del gesto
que marca las avenidas del suicidio
desde esas huellas en la nieve,
desnudo en el living desolado,
en el desamparo absoluto del cielorraso
del que comienza a caer
una fina llovizna de nieve,
voy regresando pliegue a pliegue por los años,
hacia las desvaídas imágenes de las fotografías
que se van cubriendo.
de esa lluvia de nieve que cae desde el cielorraso
y me cubre,
nos cubre, va cubriendo los muebles, la nieve,
las sillas, la mesa, la nieve, el reloj, la nieve,
la alfombra y su diseño,
y el musgo de La charmeuse de serpents
se va encaneciendo como si el cuadro envejeciera repentino
y la nieve continúa cayendo y cubriendo
mis gestos sistemáticos,
mis gestos desvaídos,
mi desgano,
la fórmula insostenible de mis deseos,
mis ojerosas dádivas a la muerte,
mis muecas solapadas ante el infortunio,
mi sonrisa raída y mis pómulos salientes.
Porque eso es todo lo que me ha quedado
de ese hombre que tuvo el gesto de engendrarme:
luces y sombras sobre siete cartulinas ajadas,
ideogramas oscuros como peces del Pleistoceno sobre los témpanos
varados a sus espaldas y ante mis ojos.
Vestigios fosilizados de un cuerpo cuya resurrección
no se ha cumplido y quizá nunca la haya,
ráfagas de tiempo abrazándonos en la distancia a la velocidad de astros
mutilados. Eso y nada más, vestigios prehistóricos
de mis gestos y mi gesta y el qué se fizo,
y un poco de destino varado al borde del cenicero
donde se consume el último cigarro de esta noche.
Y se repite siete veces en cada fotografía
el que también sin saberlo del todo
tramó cada uno de mis movimientos y palabras.
Lejano, sobre la nieve, petrificado,
más joven que yo a esta hora de la noche.
Quisiera yo ahora un beso
de ese hombre muerto.
Quisiera yo ahora una sonrisa en movimiento
de sus labios partidos por la nieve.
Y también un jirón de su uniforme de campaña
para arroparme y dormir y soñar
que los siete espejos velados
van cobrando, lentamente, color y movimiento,
aunque sólo fuera ilusión de movimiento,
para acercar unos pocos metros su fantasma
a esta porción de vida latiente;
pero no hay puertas giratorias,
pasos perdidos entre el hielo,
regreso a una Santa Mónica de los Venados vitrificada,
al Primer Día de mi Creación,
pasos perdidos entre los icebergs y las montañas albicantes
y las nieves eternas y el Uno que fuimos en un tiempo remoto
anterior a nuestro primer hallazgo.
Y pensar que sólo bastaría una seña, que no encuentro,
para que caminara y viniera desde las fotos,
y en un abrazo en el Todo o en la Nada,
no importa,
la paz se haría entre nosotros.
De: UNHEIMLICH, Poemas de amor, deseo y muerte. (2015)
UNHEIMLICH
Es mucho más emocionante
ser un sesentón tocando rock
que mirar Netflix tirado en un sillón.
Nick Cave
Debo aclarar que soy un sesentón que se tira a ver Netflix en un sillón y que escucha a Nick Cave y no deja de escribir poemas, que es mi manera de hacer rock.
Thomas Harris
Estaba tirado en el sillón de mi escritorio viendo Netflix
el primer episodio de Twin Peaks
y cuando Laura Palmer le decía al agente
Cooper nos veremos en 25 años después me dormí
(no sé porqué David Lynch me produce sopor) y soñé
en el sueño que caminaba con una muchacha de minifalda amarilla,
como los aromos que comenzaban a florecer
por la plaza de Chiguayante,
o sea que en el sueño debe haber sido agosto
cuando florecían los aromos en Chiguayante
y dejaba a la chica de minifalda amarilla en la
puerta de su casa y le daba un beso con lengua
y después comenzaba a caminar hacia el cerro del mirador
y me sentía ligero es decir sentía el cuerpo como si pesara 70
kilos y tuviera 16 años o algo así
no cojeaba ni me dolían las articulaciones
y todavía la erección después del largo beso de despedida
con la chica de minifalda amarilla
y creo que mi camisa era blanca y el viento la hacía ondular
estaba muy feliz en el sueño y el cielo estaba muy azul
no había nubes densas agoreras ni viento norte
que amenazara lluvia y caminaba sin rumbo fijo
no había toque de queda ni patrullas militares por las calles
y las canciones que escuchaba eran de los Iracundos y
José Feliciano y Los Ángeles Negros
y tenía muchas espinillas porque la noche anterior
había tomado demasiado aguardiente
pero no tenía la caña atroz de antes de dormirme y soñar
que caminaba para juntarme con el Gera y el Negro Willie
para ir a jugar pool donde el Tabo
y entonces pensaba que la poesía debía ser
como una muchacha rodeada de espigas o no ser
en un momento del sueño me encontré de golpe
nuevamente con la chica de minifalda amarilla
que me miraba con ojitos tristes
haciéndome un gesto de despedida con una mano
en uno de esos giros de los sueños
que ni Freud ni Lacan me podrían explicar ahora
entonces desperté sobresaltado pero aún ligero y feliz
tirado en el sillón de mi escritorio viendo Twin Peaks
en Netflix el agente Cooper ahora estaba súper viejo
y andrajoso y era su doble siniestro o algo así
y yo también me sentí como mi doble siniestro o algo así
entonces sentí el dolor de mis articulaciones
y del pie izquierdo porque tengo una prótesis de titanio
y también me dolía la cabeza y comenzaba a nevar
retrocedí la serie para ver qué había pasado en el sueño
con el agente Cooper, qué onda tan viejo y sucio,
cuando en la temporada de 25 años atrás siempre andaba
impolutamente vestido y con una camisa blanca
bajo el gabán de agente del FBI
pero el comando se trabó y comenzó a nevar y se cortó la luz
y quise volver a despertar de este otro sueño pero como no despertaba
salí al balcón a ver cómo nevaba en el nuevo sueño
y estaba ahí mirando cómo los jardines del condomino
y los autos y el césped y los árboles se teñían de blanco
y se quebraban las ramas y caían con estrépito
cuando mi mujer me abrazó por la espada
y me dijo mira cómo nieva y comenzó a sacar fotos
con el teléfono y yo pensé que no hay un copo de nieve
igual a otro copo de nieve.
–
DE: La memoria del corazón, 2022.
NOS FUIMOS QUEDANDO SIN OLFATO
“Quedamos sin palabras, querido”,
me dijo, en unos de los últimos encuentros,
el poeta del 32,
en el camino de los jacarandás,
en el condominio donde casi llegamos a ser amigos,
¿nos faltó tiempo, voluntad, dolor,
para serlo?:
“cuando lo impensado nos acomete
por la espalda y en los años finales,
¿quién lo habría dicho? –continuó–
por el puro instinto de sobrevivir,
hemos visto a casi toda la población
de este país, a los más sensatos ¿o temerosos?
pedir patrullas militares por las calles,
toque de queda,
libertades de circulación prohibidas;
caminar, si se puede, por las veredas, separados a más de un metro cuerpo a cuerpo, aplaudir porque a una chica la esposan
y la encarcelan
por salir a la calle sin el permiso respectivo.
¿Le suena eso a cosas conocidas en otros tiempos?
Es que cuando la muerte recobra su dominio,
perdone que cite en esta extraña circunstancia
a Dylan Thomas, el río invierte su curso,
y quedamos sin palabras para nombrarlo”.
El poeta del 32 hizo un esfuerzo casi sobrehumano,
para, desde su “burrito”, recoger una flor de jacarandá del suelo
ya otoñal
que olió y continuó su monólogo:
“huele a muerte –dijo–,
nunca me habría imaginado que una flor
de jacarandá llegara a oler a muerte”.
Después guardó silencio,
un silencio más extenso quizá que el de ahora que ha muerto,
la arrulló en sus manos como si fuera una mariposa
saturnina y la puso en mi mano:
“huela, huela –me dijo, como si se despidiera ya–,
como lo que era el perfume de la vida,
de nuestros últimos años de vida,
ahora huele a muerte, es decir no huele”.
Cuando llegué a mi departamento
puse un disco de Billie Holiday,
me preparé un whisky seco y lo dejé
sobre la mesa del living junto a la flor
que me había ¿regalado? el poeta del 32.
Escuché “Summertime” con cierto dejo de nostalgia,
mis vecinos le hablaban a los cóndores que anidaban
en sus departamentos
en el lenguaje de los cóndores.
No pensé que habían enloquecido, sino que simplemente,
como me había dicho el poeta del 32
cuando nos cruzamos, ya no recuerdo si por última vez
en el sendero de los jacarandás,
“cuando lo impensado nos acomete…”
Bebí de un trago el destilado y olí la flor:
no olía a muerte,
simplemente ya no olía, u olía a nada, como esta nada.
INÉDITO
AMANECER CONTIGO
A Teresa.
Me faltarían dedos
de mi mano izquierda
para recordarte,
y de mi mano derecha
para amarte, ¿comprendes?
me faltarían manos
para rehacer tu cuerpo desnudo,
dedos, codos, estambres de piel
para rehacerte.
Desayunos y pan tostado
para amanecer
y un sol que nos enceguezca
para anochecer,
me faltarían ojos para mirarte amanecer
y camas desordenadas
para cerrar los ojos y mirarte
mañana mirándome
Santiago de Chile, 2024.